Reconocer que nuestro entorno urbano debe proteger la naturaleza y asegurar que la biodiversidad y la calidad del suelo se mantengan o mejoren, por ejemplo, rehabilitando terrenos contaminados o creando nuevos espacios verdes.
Buscar maneras de aumentar la productividad en las zonas urbanas e integrar la agricultura en las ciudades.
Adaptarse al cambio climático, garantizando resistencia frente a eventos como inundaciones, terremotos o incendios, para que los edificios sean duraderos y protejan a las personas y sus bienes.
Diseñar espacios flexibles y dinámicos, anticipándose a futuros cambios de uso y evitando así la demolición o renovación mayor que conduciría a su obsolescencia.
Crear entornos diversos que unan a las comunidades y las fortalezcan, preguntando qué aporta el edificio a su contexto desde el punto de vista económico y social, e involucrando a las comunidades locales en la planificación.
El diseño considera el transporte y la proximidad a servicios, reduciendo el impacto ambiental del transporte privado y promoviendo opciones sostenibles como caminar o ir en bicicleta.
Explorar el potencial de las tecnologías de comunicación e información «inteligentes» para mejorar la interacción con el entorno, por ejemplo, mediante redes eléctricas inteligentes que transporten la energía donde y cuando se necesita.